FÁBULA
En un estado, muy bello, de naturaleza pródiga y feliz con sus costumbres, llamado Bostacán, se llevó a cabo un concurso de belleza. Representaban diecisiete chicas bellísimas a cada una de las regiones del estado en comento. Todo iba bien hasta que la representante de Uipanguillo, después de dar atropelladamente su discurso ponderando las bondades de su región, regresó al micrófono y, ante el azorado público, acusó a otra de las representantes de haber pagado una cuantiosa suma para ser coronada esa noche reina de belleza. Esto destapó una serie de comentarios, a cuál más malicioso, porque el certamen, celebrado desde tiempos idos, era uno de los más correctos y honestos, orgullo del Sureste.
La representante aludida, la chica de Alvacalva fue con la chica de Uipanguillo y le pidió que moderara su comentario pues ella no haría nunca algo así. Vale decir que, al excusarse la representante de Alvacalva se acusó, como dice el viejo y conocido refrán. En fin. Esa noche se soltaron los demonios pues, esperando una elección más sin pena ni gloria, hubo un altercado feroz entre las concursantes. Se dijeron de todo, se arrojaron las flores que adornaron su traje regional y el expectante público se dio cuenta que las flores no eran flores sino avispones hiriéndose con sus aguijones a cual más venenoso. Todo se volvió un maremágnum. Se formaron partidos. Unos apoyaban la denuncia de la de Uipanguillo. Otros apoyaban a la representante de Alvacalva por su generosa actitud. Todos tuvieron una opinión, un dicho, una sonrisita o una franca carcajada. Nadie quería eso sí, mediar entre las contendientes porque era un pleito de viejas. Esto lo dijo el más anciano de los cronistas locales a quien se le fueron encima por su innoble actitud despreciativa, sexista, malhadada. Mientras la audiencia se entretuvo en darle palos y patadas al viejo cronista, las señoritas representantes aprovechaban muy bien sus cinco minutos de fama. Hubo un argumento que comenzó a definir la mentalidad de las rivales. Al ganar la representante de Tequesquite, todo se aclaró. Al menos eso creyeron todos. Gana Tequesquite y Alvacalva sale a decir que la compradora de belleza era ella. Alvacalva nunca haría un acto tan bajo, malvado, arribista, chacotero. Y el argumento apareció casi enseguida. Las autoridades de Alvacalva no pertenecían al partido en el poder en ese instante. Eran de un pequeño partido opositor. No, decían los analistas o anatontos, ¿qué tiene que ver aquí en Bostacán, en el concurso de belleza más reputado, la política? Rieron muchos. Sin embargo, hubo quien, atusándose la barba, dijo ¿Y por qué no? Todo en nuestro paraíso tropical se ha visto conmocionado por la política. La política se traga lo noble, lo bueno, lo humanitario sustituyéndolo por lo arribista, mentecato, indecente. Al escuchar esto del cronista de la barba, los bostaqueños solo pudieron decirle, Tú tas tonto, como le decían en el lenguaje popular a quien no tenía razón o era muy ampuloso en su dicho.
La región de Alvacalva, al menos la representante o sus autoridades, no creen necesario ofrecer una explicación, volvemos a aquello de Quien se excusa, se acusa. La representante de Uipanguillo, curiosamente la detonadora del caso, después de terminada la fiesta, salió del estado. No se la ha vuelto a ver. La ganadora del certamen aun piensa que los gritos, sombrerazos, acusaciones, bajezas que se dijeron las diecisiete chicas, valieron la pena. El caso es que un cronista más ducho, más joven quizá, puso el dedo en la llaga cuando dio su opinión. La política, efectivamente, había destruido las tradiciones, las costumbres, la bondad inherente de los bostaqueños. El carácter rijoso, de por sí propio de los lugareños, se aumentó, se adulteró convirtiendo la bella fiesta en un trepadero de mapaches. Lo cierto es que las autoridades de Alvacalva se sonríen cuando, mucho después, se toca el tópico, se tropicaliza, se inconsume, se distiende. Hicieron lo indicado. Arruinaron, al menos en un momento, la fiesta. Punzaron, reventaron el globo que nadie podría inflar de nuevo. Cosas de la fábula. No me hagan mucho caso.
TRADICONES DE A PESO.
Olvidando lo irreal para pasar a lo terrenal, ¿se dio cuenta el artilugista que me lee lo mal llevado, portado, acomodado que fue el traje regional durante la feria pasada? Voy a la Historia. El gobernador Madrazo, Carlos, encarga a Ramón Valdiosera, allá por los años cincuenta, creador del color rosa mexicano, por cierto, la creación de un traje regional. No quiere esto decir que no lo hubiera.
El bello traje floreado era el que se mantenía. Pero el gobernador absoluto quiso un traje más espectacular. Según fuentes fidedignas, la tira bordada fue agregada por ese tiempo. Valdiosera, edecaneado por la maestra de danza folclórica Rosa del Carmen Dehesa Rosado, llevó al artista por todos los rincones del estado. En Tapijulapa fue la revelación. Vio Valdiosera unas mujeres en la orilla del rio, la otra orilla, y dijo, con esa ignorancia que siempre tienen los foráneos con las historias de Tabasco, esa es la blusa. Rosita Dehesa quiso señalarle que es lado del rio era Chiapas. Esa blusa era chiapaneca. Pero, ¿quién contraría a un artista en pleno proceso creador? Pues no contento con su “hallazgo”, el artista creó el traje de falda tableada azul con cuatro tiras bordadas en el bajo de la falda, cada una representando las 4 regiones de Tabasco, sierra, ríos, centro y Chontalpa. Y se fue. Valdiosera se fue como todos los foráneos ya que hacen su desm… su desaguisado.
El traje causó ámpula en los folcloristas. Lo vejaron unos, lo ensalzaron otros. Hubo alguna dama de sociedad que, moviendo su manita enjoyada, como quien espanta moscas de la fruta que va a comerse, dijo en idioma palindrómico, Ay, ya… Que el floreado sea de faena y el azul de gala. Jejeje, rieron los folcloristas tabasqueños que son, eran, feroces. No te la vamos a dejar tan fácil. Hubo guerra en el edén entonces, verdadera guerra. Jorge Priego Martínez, algún tiempo después publica su libro El zapateo tabasqueño donde define, muy puntualmente eso sí, el tono, color, accesorios y el porte del traje regional. La fecha, 1989. Curiosamente, en 1992, en la administración del gobernador Gurría, apareció otro traje, un tercero. El blanco impoluto que, según la historia, fue portado por Mónica Fernández Balboa. Blanco, blusa de tira bordada, que se agregó en esos tiempos, collares, percal bajo la falda, zapatos de tacón alto, peineta y coronada la cabeza por tulipanes, o uno, amarillo o rojo. Los folcloristas que, repito, eran feroces, igualmente se lanzaron contra este traje que, por cierto, es el más bello de los tres.
Y aquí debemos ser muy claros, artilugista que me lees. Y que Dios me perdone. Desde 1994, la feria, la exposición de Tabasco, dejó su vestidura cultural para dedicarse a ser una enorme vendimia y una suculenta cantina. El palenque de gallos donde, se jugaba este acto ancestral, dejó de ser pelea de los animalitos para convertirse en el escaparate social y cantor de la feria. Quien no está más cerca del artista es un perdedor. La cultura brilló por sus luces desde ese momento. Nuestra feria era la que tuvo un sesgo cultural, regional, artístico de maneras veraces. Ya no lo tiene. No de ahora, desde aquel lejano año de 1994. Ahora bien. Los folcloristas están apagados. Ya no opinan, dicen, dejan oír esa voz fuerte que brilló protegiendo nuestras tradiciones y costumbres. El traje que portaron las chicas en la enooorne pasarela de la imposición de bandas, era uno que alguien se inventó. Alguna embajadora se puso una flor dorada, no un tulipán curiosamente, para distinguirse. Nadie se fijó en estos detalles que enriquecían nuestra feria. Qué desastre, verdad. Lo peor. Nadie dijo nada. Los folcloristas, apagados, dejaron la banderea de la defensa adoptando la de la sumisión. Malos tiempos. no podemos culpar a las señoritas embajadoras porque ellas no saben toda la historia contada más arriba. Sí podemos culpar a un comité de feria que se dio a vender entradas sin fijarse en lo que se expondría. En fin, solo es cultura, ¿a quién le importa?